
¿Qué fue lo que te impulsó a viajar por toda Latinoamérica a los 25 años con tu cámara de fotos para retratar a personas en el camino?
Mi adolescencia coincide con los últimos años de la última dictadura militar y la transición al recupero de la Democracia y la libertad de expresión. Yo recuerdo una discusión en un recreo del colegio al que concurría, a apenas dos cuadras de Plaza de Mayo. Eran los tiempos de la revolución Nicaragüense. En medio de una discusión tuve una suerte de epifanía. Me di cuenta primero que lo único que hacía era repetir información, y que nunca había estado en ninguno de esos lugares ni conocido a nadie que lo hubiera estado. Y lo segundo, que las imágenes que ilustraban en mi cabeza esos acontecimientos, en general habían sido producidas por europeos o estadounidenses. Fue entonces que se sembró en mí una inquietud: la de recobrar testimonios directos y compartirlos de primera mano.
¿Cómo surgió la idea de darles a tus personajes una pizarra para que escribieran un sueño? ¿Cuál era tu objetivo? ¿Tus personajes deberían cumplir algunos requisitos?
Cuando esa semilla de la duda se sembró, todavia yo no había adquirido ninguno de los oficios que luego encontré fundamentales para su realización: estudié dibujo, fotografia fija, de cine, y finalmente actuación.
Asimismo mis estudios en la carrera de licenciatura en Artes, centrada en cine y Teatro me condujeron a lecturas teóricas. Entonces me enfrenté con pensamientos y reflexiones. La fotografía convertía todo en pasado. Me pregunté si había alguna manera de recuperar e incluir pasado, presente y futuro en una sola imagen.
Me interesé por las prácticas de los artistas argentinos de los 70’, entre ellos Greco y Minujín. Los señalamientos, el performance y los happenings. Aquellas formas del arte que proponían intervenir e interrumpir el fluir de lo cotidiano para generar distancia crítica a partir de una acción.
Veía entonces los epígrafes en las imágenes publicadas en los medios y la forma en la que dirigen la lectura de una imagen. Textos adheridos lejos del momento del registro fotográfico y del control o participación de quienes se encuentran en la imagen. Mi propuesta fue revertir esa dinámica. Cuestionar la práctica documental en sí misma. Repensar esa fotografía documental que muchas veces se autoadjudicaba la imparcialidad de la “mosca en la pared”. Afectamos todo acontecimiento del que al menos somos testigos. Quería hacer eso evidente.
Buscaba en la fotografía recobrar el momento compartido, por sobre el momento decisivo de Cartier Bresson. Quería dejar de tomar fotografías y construirlas en colaboración con quienes son representados. Devolver voz y palabra, y así, cierto poder sobre la propia representación. Eran los principios de los 90’, y empoderar era un término poco utilizado y el ejercicio de la libertad de expresión, una practica recientemente reapropiada.
A pesar de las prácticas alternativas, los medios masivos de comunicación parecían ser la única alternativa a llegar a un público más amplio. Y muchas historias quedaban fuera. Fue entonces que me propuse crear un espacio de representación y poner al servicio de esas personas y sus historias, una serie de oficios que iba adquiriendo con la práctica.
De la misma manera de como el medio es el mensaje. La forma afecta el contenido y la manera de realizar este proyecto resultó clave. La elección de una cámara de formato grande, plantada sobre un trípode. El ralentar el proceso de preparación y realizarlo frente a los sujetos y mirarlos a los ojos en el momento del registro, fueron claros signos al momento de convertir la práctica/registro fotográfico en algo más horizontal.
Ahora, ¿cómo incluir la voz, la palabra, en un medio no auditivo? Mis lecturas de Brecht me condujeron a considerar el uso de textos en escena. El trabajaba así la dialéctica entre la identificación y el distanciamiento. Invitaba al espectador a identificarse con el personaje pero al mismo tiempo buscaba distanciarlo, para recobrar distancia critica y señalar o conducir la mirada sobre el contexto, político, económico y social, en el que el personaje se encontraba.
Sobre una pizarra aprendí en la escuela a nombrar el mundo exterior. Me pareció adecuado re-apropiarla e invitar a compartir y nombrar lo invisible a los ojos y la cámara: nuestros sueños.
Hay algo melancólico en el gesto, en preguntar a alguien por un sueño. Nos lleva a considerar nuestro pasado, compartir algo en el presente, y a proyectarnos en diversos futuros posibles.
La única consigna era ser lo más personal y específicos posibles.
¿Qué fue lo que más te sorprendió a medida que desarrollabas el proyecto? ¿Lo sentiste, además de un trabajo artístico como una investigación antropológica o social?
Creo en la capacidad que tenemos los seres humanos de conectar, y en la importancia de saber escuchar. Este es un proyecto fundado en la confianza. Son acciones que nos involucran desde lo más profundo, que es compartir nuestros secretos, nuestras ansias y deseos.
Siento que lo que a esta obra le pueda faltar en sociología está más que compensado por la dedicación a la especificidad. No quería encontrarme hablando por los individuos que vengo a representar: sino aspiro a colaborar con ellos en la realización de sus retratos.
¿Qué proceso se desató en vos para que sintieras años después la necesidad de reencontrarte con tus personajes y sus realidades?
Lo que nos pasa con el tiempo. Yo no era el mismo que había comenzado casi 20 años antes estas acciones, puestas en escena, y sus registros fotográficos. Asumí que tampoco ellos. Juntos habíamos creado cápsulas de tiempo. Y sentí que era hora de recobrarlas. Contrastar los cambios a nivel individual y colectivo. Unos son reflejo de otros. Un juego e espejos al que me atreví a asomarme nuevamente. Esta vez con un medio que no congela el tiempo, sino que lo derrite.
¿Qué te sorprendió de ese reencuentro? ¿Qué recuerdos despertaba en tus personajes, y qué sentimientos?
Me sorprendió la convicción de muchos de que iba a regresar. Algo que nunca había prometido, ni imaginado. Apenas sí lograba solventar los primeros viajes. Pero muchos de ellos me esperaban con determinación.
Las historias detrás de cada uno son muy duras. ¿Sentiste en algún momento la necesidad de apagar la cámara, de tomar distancia?
Varias de ellas son duras como la vida misma. Pero no por eso dejan de ser iluminadoras. Encontré resiliencia, y una fortaleza para reponerse que son admirables. En muchos casos ni siquiera trabajando por sus propios sueños sino para ayudar a otros a concretar los suyos.
Si ellos tienen la fortaleza de compartir sus vidas, es un honor ser depositario de esa confianza. Uno de ellos reflexionó en voz alta: si la historia de mi hermano puede servir para ayudar a otros, bienvenida.
Es cierto que el proceso de visualización y edición fueron muy fuertes. Eran jornadas completas de ver el material concentrado. Muchas veces con Valeria Racioppi, editora con la que trabajamos, se nos hacía duro al fin del día. La luz reaparecía cuando compartíamos distintos armados del film con una audiencia pequeña que íbamos rotando. Sus devoluciones demostraban empatía. Un propósito se cumplía.
Creo que en eso las imágenes de apertura del film son un manifesto: no convertir el sufrimiento ajeno en espectáculo.
¿Notaste diferencias marcadas entre la visión del futuro entre los jóvenes y los viejos?
Creo que muchos de aquellos con más vida vivida tienen el beneficio de la experiencia adquirida. Esto es, si logran tomar distancia y repasar sus vidas y los caminos tomados por otros a su alrededor. Y esto fue más que frecuente y no necesariamente dado por la edad. Hay personas que con una corta edad ya pasaron por tanto que tuvieron que madurar muy rápido. La tristeza es un sentimiento que transita toda la película; sin embargo siempre hay un lugar para una sonrisa en tus personajes. ¿Hay algo de la esencia del ser latinoamericano que pudiste comprender en tu búsqueda? La pulsión por reponerse, por vivir la vida.
¿Cuál es tu historia favorita, la que te sorprendió o la que te impactó más?
Todas. Y la manera que logramos tejerlas en el film. Creo que nos descubre cuán lejos y cuán cerca estamos. Cómo, indefectiblemente, estamos conectados. Que ocuparnos por el otro es ocuparnos de nosotros mismos. Todo vuelve. Y viceversa. Por eso la reflexión o advertencia “cuidado con lo que sueñas” resuena al final del film.
¿Qué nuevos proyectos estas desarrollando?
Estoy trabajando en tres guiones de ficción basados en experiencias personales y varias entrevistas. Dos son largometrajes y una miniserie. Estoy con un libro en imprenta llamado Mario. Saved Calls. Este es un trabajo que se centra sobre la transferencia generacional. Sobre la coincidente experiencia de convertirme en padre y perder el mío. Por extensión es un trabajo que invita a la reflexión sobre cómo se ha redefinido la distancia social durante la pandemia y el impacto sobre las formas en que mantenemos y experimentamos los afectos a la distancia. Las nuevas tecnologías nos han proporcionado nuevas formas de permanecer conectados, pero al mismo tiempo nos recurerdan lo que perdimos. Otro proyecto involucra una instalación de piezas en 3D que invitan a pensarnos dentro de nuevos ecosistemas.
Julio 2021
Crédito entrevista: Cynthia Sabat – CS Comunicación Efectiva. Se permite su publicación citando la fuente.